La calificación de usurpador a Nicolás Maduro por parte del nuevo Presidente de la Asamblea Nacional si continúa en el cargo más allá del 10 de enero, fecha en la que vence su mandato es demoledora, el poder de esa palabra en este momento resuelve y aclara la hoja de ruta de la oposición en el Parlamento, y coloca a Maduro en una condición vulnerable en el plano internacional, que ya lo está, y puertas adentro, pues la calificación de dictador vendría a ser consecuencia de la usurpación que se produce con su juramentación ante un TSJ ilegitimo, que legisla para el régimen, y una Asamblea Nacional Constituyente que no tiene reconocimiento ni solvencia moral ni política para ratificar a nadie.
Así que la lucha que se dé en contra de la usurpación, en el Parlamento, en la calle y en el exterior, abre una ventana para que se produzca una transición que restablezca el poder de elegir al ciudadano, en unas elecciones limpias, equitativas y transparentes, y no irreversibles como las de Tibisay Lucena y la oficina electoral del régimen.
El período usurpador de Maduro sólo puede mantenerse por la fuerza, que la va a ejercer, pero como dice el poema del colombiano León de Greiff, Relato de Sergio Stepanky “Juego mi vida, cambio mi vida, de todos modos la tengo perdida” Maduro como usurpador la lleva perdida. No hay nada que mueva más la psiquis colectiva de una sociedad que el rechazo a la usurpación y al perpetuador de la usurpación en el poder, y el discurso del joven diputado Presidente de la legítima y reconocida Asamblea Nacional Juan Guaidó mostró las entrañas sucias de la usurpación y trazó con su voz un camino.
Carlos Ochoa