Trato de seguirle la pista a los acontecimientos. A veces llego al tedio y en otras ocasiones me demuele la inquietud. La naturalidad a lo nefasto ya parece incrustada en el acontecer y en las diatribas públicas. Por eso ya nada asombra, pues nos han acostumbrado a la confusión y a combatir con el pesimismo.
Recuerdo a mi profesor de sociología en las aulas polvorientas de la universidad, que daba explicaciones abarrotado de ideologías y con sentido poco práctico de la política. Pero sus precisiones sobre la cotidianeidad eran impecables y certeras.
“Los países se acostumbran a las guerras”, decía sin perder sus emociones algo divertidas. “Irán e Irak vivieron ocho años de enfrentamientos. Tras el cese de estas ofensivas, sus ciudadanos quedaron perturbados. Lo bélico era ya cotidiano. Les hacía falta el estrago de la guerra”.
Algo de ese sentimiento nos salpica, pese al dolor estremecedor de la destrucción nacional. Todo el panorama lacrimoso se ha vuelto común. La conflagración y hasta los discursos torpes que nadie cree, son habituales y solo generan comentarios esporádicos.
Ya se hace usual el encolerizarnos sin remedio por un hecho y cambiar el tema en cuestión de segundos. Que todos los servicios estén mermados, el hambre atosigue y todo en general esté de cabeza ya no produce la extrañeza de antes.
Llegamos hasta a padecer del dolor conformista y rutinario. Por eso desprestigiar hasta de los esfuerzos más esperanzadores también es frecuente. Ese paquete insólito de rara resignación viene envasado desde Cuba, apretado en sus estrategias y confinado a ser ley, como el pan amargo de cada día.
Muchos están equivocados al considerar que no existe apremio para soltarle las ataduras a esta Venezuela distorsionada. No existe indigestión de perseverancia. Claro, se evidencia tachaduras en la libreta de planes, respecto a aquello que no funcionó. Dudo que Guaidó esté a tientas y more en algún trastorno por el fracaso.
Antes bien, debe cumplirse el tiempo programado. La intervención militar sería la última fase. Lo reiteró la semana pasada el jefe del Comando Sur, Craig Faller, con la convicción de siempre y sin mayores aspavientos: “nuestro trabajo es estar siempre listos y no hablamos más allá. No decimos lo que vamos a hacer, porque sería informarle a Maduro y a sus actores en qué andamos”.
No puede revelarse, por lógica bélica, cómo sería la sacudida final. Mientras, continúan realizando ejercicios en el Atlántico y en el Pacífico, midiendo sin estrés la capacidad de su fuerza naval.
Pero las recientes declaraciones de Donald Trump, a poco tiempo de anunciar sus pretensiones de allanar el camino hacia su reelección, no dejan duda alguna sobre dónde cortarán los hilos del poder en nuestro país. “Vamos a encargarnos de Cuba”, lo enfatizó mascullando en su propio orgullo. Lo expresó a un periodista de la cadena Telemundo, con la claridad hábil de que los escuchaba la comunidad latina.
Dijo que la salida del régimen es un proceso, reconociendo la presencia de 25 mil miembros de tropas cubanas en nuestro territorio. “¿Quién va a ser más severo con Venezuela y con Maduro que yo?”, se preguntó de forma enérgica y convencida, a pesar de su mala fama de charlatán y de negociador desmesurado.
No podemos enfrascarnos en nuestros delirios de frustración. Contamos ahora con varias piezas dispuestas y solo faltan unas pocas para la solución de nuestros dilemas. Por lo tanto, estamos casi obligados a defender con ferocidad esta oportunidad, al contar con tantos países conscientes de nuestro infortunio.
No estamos atascados, pese a la complejidad maléfica del adversario. No la tenemos fácil, pero se vislumbra un escenario más dispuesto a las definiciones anheladas. El secreto es la firmeza y no denigrar de la batalla, pese a tener grandes lecciones de cómo estar desilusionado por parte de los maestros cubanos.
Vendrán tiempos turbulentos. Lo sabemos con el reconocimiento de estar rodeados de mercenarios carentes de conciencia. Apostaremos a los movimientos simultáneos del plan, sin hacer eco de los rumores y de los comentarios insufribles de las redes sociales. Estamos en el año en que cada día del calendario cuenta. Debemos entonces equiparnos de una fe resuelta y protegida de la fatiga; con el sueño intacto por la libertad.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
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