Los estudiosos de los primates antropomorfos han detectado en las comunidades de nuestros primos lejanos una estructura jerárquica en la cual, por mencionar un caso, el macho alfa lomo plateado, se atribuye por la fuerza, la astucia y la intimidación el poder absoluto.
Este macho alfa decide sobre la caza, sobre el orden en que los miembros de la comunidad comen, sobre el ingreso o expulsión de sus miembros y tiene el monopolio de las hembras, ese rol puede ser disputado por otros machos con o sin éxito.
Es decir, sofisticado o cruel depende de como se mire, esos primates antropomorfos tienen un sistema político. Quizá las primeras comunidades humanas, no en el fantasioso Edén, ni con Adán y Eva, sino en la cueva, entorno a la primera fogata, las relaciones de poder serían muy similares.
Cuando hablamos de sistema político y política, hablamos de relaciones de poder, sean justas o injustas, dentro de una comunidad o una sociedad. La relación entre un amo y su esclavo o entre un gobernante democrático y un ciudadano cualquiera son diametralmente distintas, pero tienen en común que existe una relación de poder de «A» sobre «B». «A» da una orden y «B» la obedece.
La riqueza o pobreza de esa relación tiene muchos condicionantes: la historia, la cultura, la complejidad del entramado social y el acervo normativo pero la relación de «A» y «B» sigue estando allí sea alrededor de la fogata hace 13 mil años o en medio de la telefonía 5G.
Dicho esto, es posible comprender la sentencia del filosofo griego Aristoteles cuando define a los humanos como «Zoon politikón», es decir, un Animal Político. Es inherente a nuestra condición de seres humanos relacionarnos a través del poder, de la fuerza, la astucia y la intimidación, con nuestros pares. ¿Cómo suena eso?, ¿sofisticado o cruel?, no cabe la calificación, simplemente somos humanos, ni hormigas ni dioses, sino demasiado humanos.
El cacique manda al indio, el gerente al obrero, la madre al hijo, mi esposa a mi. Obedecer o revelarnos implica una apuesta que puede implicar éxito o fracaso y depende de los condicionantes aludidos. Ese es nuestro sistema político en términos gruesos. Puede ser tribal, monárquico, tiránico, militarista, fascista, comunista o, preferiblemente, democrático.
A diferencia de las otras opciones, las democracias reconocen en todas las personas una condición jurídica excepcional: la ciudadanía. Aunque puede tener otras acepciones lingüísticas, básicamente ser ciudadano es tener derechos reconocidos por el Estado, entre ellos: tener libertad de opinión, libertad de asociación, libre empresa y, a veces olvidado, el poder de elegir a su gobierno.
Si alguien tiene el poder de elegir quien lo gobierna, es difícil decir que no tiene un importante rol político que jugar. En las democracias ocurre entonces una confluencia vivencial que no se puede ignorar, somos «animales políticos» en un medio que nos reconoce como tales, es decir, como ciudadanos. En democracia, nos guste o no, seamos Testigos de Jehová, Amish, ermitaños o anarquistas, experimentamos una condición que raya en la sinonimia: ciudadano y político. Ciudadano en la medida de ser sujeto de derechos y político en la medida en que podemos ejercer nuestra fuerza, influencia o astucia a voluntad para modificar las relaciones de poder.
Pregunta retórica ¿se puede ser ciudadano sin ser político? Si, claro que si. Se puede vivir en una democracia que nos reconoce derechos y no ejercerlos, con lo cual nos convertimos en idiotas, sea por motivos religiosos, por motivaciones ideológicas o por simple idiotez desbordada.
Ese es el papel de quien en regímenes electorales transparentes y legítimos se abstienen de votar, el que vive en un condominio y nunca asiste a sus reuniones, un trabajador que no participa en su sindicato, un profesional que no participa en su gremio, un comerciante que no se une a su cámara, un vecino que no se involucra con su asociación de vecinos y un elector que no se involucra con su partido político.
En ese caso, reducimos nuestra condición de ciudadanos a simples habitantes sujetos al arbitrio de los demás, siempre seremos los «B» en un mundo de «A».
Segunda pregunta retórica ¿y cómo queda la persona en un régimen distinto a la democracia? En las autocracias y los totalitarismos las personas no son reconocidas como ciudadanos por el Estado, es decir, no tienen derecho a libertad de opinión, libertad de asociación, libre empresa y, menos, tienen poder de elegir a su gobierno.
Esos regímenes representan el retorno práctico al macho alfa, un individuo o grupo restringe los derechos de ciudadanía a si mismos.
En tales casos, todos son obligados a ser solo habitantes, pero nuestra naturaleza de «animales políticos» sigue allí, eso explica el por qué la posibilidad de rebelión y desobediencia siempre estará presente en los regímenes dictatoriales. Incluso en China, sociedad de esclavos y de los amos del Partido Comunista, ocurrieron los eventos de la Plaza Tiananmén o, en Venezuela, han ocurrido marchas y concentraciones opositoras reprimidas por el régimen militar durante 20 años seguidos, desde el Catiazo hasta la masiva concentración de Juan Guaido en Barquisimeto la semana pasada.
Aquí no hay sinonimia entre ciudadano y político, pero el animal político conspira para lograr el reconocimiento estatal de los derechos ciudadanos.
Alguien podría decir, «pero no todos somos políticos, no todos somos militantes de partidos ni somos candidatos a la presidencia». En efecto, solo 2% de la población, en promedio, es militante activo de una organización política. Pero, tercera pregunta retórica, ¿solo se puede hacer política en los partidos políticos? Claro que no.
El voto es una forma de participar en política y solo requiere cédula de identidad, pero participar en el condominio, en el concejo comunal, en el sindicato, en el gremio profesional, en la cámara de comercio, en los partidos, en la ONGs, en la iglesia de su preferencia (hay noticias insólitas en Inglaterra de iglesias para ateos), en asociaciones estudiantiles, profesorales, intelectuales, ambientalistas, culturales y recreativas… ¿Eso no es política? Pues, existe política vecinal, política sindical, política gremial, política económica, política universitaria y un largo etcétera que demuestran lo contrario.
Esta larga perorata, con posible sesgo profesional, tiene como principal motivación convencerte, amigo lector, de tu propia importancia. Si vives en una democracia, ejerce tu ciudadanía y practica la política, si vives en una dictadura, despierta el animal político que llevas dentro y lucha por construir un Estado que reconozca tu ciudadanía. Pero no te encierres en tu casa, en tu cueva, porque eso no te hace ni político, ni ciudadano, sino un idiota.
Julio Castellanos / jcclozada@gmail.com / @rockypolitica