Su periplo ha sido impresionante. Asumió el riesgo de la aventura y de su misión ya impostergable. Gracias a tal determinación, levantó una polvareda de buenos comentarios. Ha sido atinado y medido con sabiduría. Este recorrido parece pensado con refinamiento técnico y con la claridad de no quedar mucho tiempo para lograr los planes de rescatar a la nación de la tristeza.
El que Juan Guaidó tenga una agenda internacional y se haya atrevido a salir de nuestro país, más allá de las prohibiciones recurrentes de la dictadura, ha permitido que bajasen los niveles de contrariedad.
Se olvidó de los contratiempos y partió a Colombia, se reunió con Duque, habló con Pompeo, se tomó tres sorbos de diplomacia y se fue a Londres, seguidamente a Bruselas y después a Davos, para participar en el Foro Económico Mundial, donde tuvo una intervención de envergadura, dejando en claro que solos no podremos salir del régimen, que no se descansará hasta lograr la segunda independencia y que se debe pensar también en el día después, para emprender una recuperación justa de la democracia.
Se encargó de explicar lo que todos sabían. Pero era necesario escucharlo de su propia voz y con la palabra quebrada por la necesidad de un esfuerzo colectivo internacional. Habló de las mafias organizadas; de la corrupción, la persecución y la muerte como modelo político imperante; de cómo se saltan muros en la lucha y se encarcelan a los diputados por no doblegarse en el combate.
Se le ha visto grande y preciso. La Unión Europea le había expresado, esa misma semana, un firme apoyo, siendo recibido en Bruselas por el jefe de la diplomacia, Josep Borrell. En Davos sostuvo un encuentro con la canciller alemana, Angela Merkel, quien le expresó su respaldo. Así lo había hecho días antes en Londres el primer ministro británico, Boris Johnson.
Emmanuel Macron no se quedó atrás. El presidente de Francia lo recibió en el Palacio Elíseo, sostuvo con él una conversación constructiva y le expresó que su país respeta la soberanía y la libertad del pueblo venezolano, manteniéndose “a su lado frente a la crisis humanitaria que están sufriendo”.
Su llegada a España generó una avalancha de ataques a Pedro Sánchez, a pesar de enviar a su canciller y tratarlo con respeto. No lo recibiría, pues sus compromisos y pactos políticos no le permiten extenderle la mano.
Mientras, Maduro, sin mucho hermetismo y desbocando su propio fracaso en impedir que Guaidó saliera de Venezuela, se desbocó en improperios contra su contendor, sucumbiendo irremediablemente a esa sensación de temor de que algo le caerá encima. Se le vio perdido en su propio espacio de rabia y cólera por los acontecimientos. Frustración tal vez. Quizá convencido de que el otro estaba logrando un convencimiento internacional y haciendo pensar sobre la necesidad de actuar hasta en los más incrédulos.
Fueron exclamaciones inservibles de una tiranía doméstica y con escaso discurso. Fuera de órbita y desabastecido de ingenio, Maduro solo se dedicó a insultar y a vociferar su propia indignación de que al otro parecen salirle bien las cosas. Por eso Washington no intentará conversar más con el dictador. Su tiempo se extinguió. Lo dejó pasar por su tozudez irremediable. Cuenta con pocos leales en su entorno y las naciones vecinas lo combatirán si es necesario.
Guaidó no es un náufrago a punto del destierro. Tendrá un retorno expectante y protegido por los ojos del mundo. Es un esfuerzo con mejor rumbo.
Qué pasará cuando el mandatario interino trate de regresar a su fervorosa patria. Coincido con el columnista Carlos Alberto Montaner, quien con un tuit implacable resume una realidad imposible de desmeritar: “Si a Guaidó le tocan un pelo a su regreso a Venezuela, es el fin de la dictadura de Maduro. Es la señal que espera EEUU para destruir desde el aire el aparato militar chavista. También es la señal para que Brasil y Colombia entren con sus ejércitos de tierra y ocupen al país”.
Así ocurrió en Panamá hace treinta años. Los gringos solo esperan la excusa para actuar. Le tocan a algún diplomático o a algunas de sus fichas principales y sabrán por qué poseen el aparataje bélico más contundente del planeta.
Ha sido larga la espera. Los resultados infalibles no se generaron el año pasado. Pero tampoco creo que existan rachas de mala suerte. A veces las estrategias desmesuradas y meditadas hasta el extremo pueden fallar. Esta vez no existe mucho margen para el error, pues las tentativas para las frustraciones son fáciles en los momentos de mayor necesidad.
Reconozco que estoy complacido por la gira internacional de Guaidó. Era necesaria. Más allá del concepto relativo del apoyo de más de medio centenar de naciones, existía el requerimiento de hablar directamente con los líderes mundiales y hacerles ver sobre la sensación de pesadilla del pueblo venezolano. Es un momento admirable que debe concatenarse con un plan ejemplar y una gesta que no puede detenerse hasta recobrar la libertad que todos merecemos.
MgS. José Luis Zambrano Padauy