Debo reconocer que sin ser seriéfilo me enganché con “Bolívar” la serie de Netflix, aun sabiendo que no está ceñida a la rigurosidad histórica. Se parece más a una telenovela cargada de leyendas, fantasías y apreciaciones subjetivas, que a una serie histórica ajustada a la rigidez de la fuente y a la precisión de la cita. En esa, el héroe, el Libertador, el hombre providencial, tiene constantemente en sus labios más “lecciones” imaginarias que reales; mientras los otros personajes hacen y dicen lo que les da la gana en la circularidad de un tiempo aplicado a la historia.
Y no podía ser de otra manera, puesto que en el fructuoso negocio de las series, la ficción es el género estrella y preferido del público televisivo. Sin embargo los creadores de “Bolívar” no necesitaron echar mano a la ficción para elevar a su personaje principal.
Como en muchas novelas y biografías sobre Bolívar, prevalece la visión del culto al héroe. Así sólo el televidente alcanza a ver, las luces y destellos de su alma omitiendo las sombras.
Bolívar fue realmente un hombre excepcional, un gran guerrero, un gran pensador, pero fue también de carne y hueso y como persona humana cometió grandes y graves errores. Uno de ellos lo practicó a Miranda, con quien sin duda se comportó como un verdadero canalla. Fue injusto, terriblemente injusto.
Por eso debemos respetar y admirar su humanidad, no deificarlo. Bolívar hizo mucho para ser un hombre y muy poco para ser un Dios.
Esta visión “heroica” de Bolívar en la serie de Netflix no admite la presencia de otras figuras que puedan competir con su protagonismo. Por eso personajes como Miranda son presentados como antihéroes.
En más de un sentido, la interpretación absurda y caricaturizada del “criollo más culto de su tiempo” no tiene asidero en la realidad.
Desde que Miranda aparece en la serie con el joven Bolívar, van cubriendo poco a poco con una pátina de mentiras al iniciador de la independencia, deformando su imagen y creando un falso concepto que muchos jóvenes pueden llegar a considerar como verdadero.
Miranda es presentado ralo y movido por oscuras pasiones que culminan con su pérfida traición a la l República. La realidad histórica demuestra que la perdida de la novel Venezuela, fue consecuencia de una serie de hechos y circunstancias donde no hubo un único responsable… sino muchos.
El problema no sólo era la guerra contra los españoles y los venezolanos realistas; sino el temor patricio de los mantuanos que no aceptaban que un criollo sin hidalguía hijo de un mercader canario y una panadera, tuviese la distinción de comandar el Ejército patriota. Tampoco estaban dispuestos a perder con la independencia sus fueros, distinciones y privilegios de nobleza vernácula.
Para muchos mantuanos la cuestión de la monarquía o República era bastante secundaria. Buscaban ante todo la autonomía de la colonia, sacudir el yugo secular de los gobernantes peninsulares, asegurando por fin su propia tiranía doméstica.
Así un círculo oligárquico fue mañosamente adverso a Don Francisco de Miranda, ocupándose de entorpecer toda su tarea de hombre de armas. De igual manera, encontramos a un envidioso Juan Germán Roscio, miembro de la Junta Suprema obstaculizando a Miranda desde su llegada y arrojándole como un mendrugo al héroe de la Revolución Francesa, su titulo de teniente general y sus credenciales de modesto diputado por el oscuro burdo del Pao.
En realidad, lo que deseaba el gobierno era reducir al mínimo los poderes de Miranda y obligarle a que toda su sentencia militar fuese en consulta con el ejecutivo.
En la serie de Netflix hay un episodio donde el Marqués del Toro -mi séptimo abuelo paterno- reprocha a Miranda, la pérdida de Valencia y en cambio libera a su pariente Bolívar de la responsabilidad de la derrota de Puerto Cabello.
Hoy podemos constatar que los archivos demuestran lo contrario; el general Francisco Rodríguez del Toro fue designado por la Junta Suprema para reducir a los facciosos de Valencia, no teniendo éxito en su misión.
En oficio a puño y letra, el marqués señala que cuando se encontraba organizando su plan de campaña, fue atacado en las inmediaciones de Mariara por un cuerpo de vizcaínos y criollos incondicionales al Rey y a la religión. Acto seguido, fue sustituido por el general Francisco de Miranda, a quien la Junta designó comandante en jefe del Ejército. Dos semanas más tarde Miranda hizo saber con una carta al Congreso de la República su triunfo, Valencia había sido sometida.
De igual manera vemos en la serie a un impulsivo Bolívar reclamar al viejo general la inmovilización del ejercito patriota, cuando la realidad histórica demuestra, que el plan estratégico de Miranda, era seguir desde Valencia hacia occidente para hostigar las fuerzas monárquicas que de Coro envió Ceballo hasta Yaracuy, pero Miranda es detenido por el Congreso que alega la escasez de fondos fiscales. Hay documentos que así lo demuestran.
Entretanto, Bolívar el joven aristócrata, descendiente de un antiguo linaje de terratenientes, fue el único mantuano que renuncio a todos sus privilegios para entregarse a la revolución independentista, pero eso no impidió que perdiera el Castillo de Puerto Cabello bajo su mando, cuando los realistas presos en el castillo de San Felipe se sublevaron al mando del Alférez Francisco Fernández Vinoni y entregaron la plaza a los realistas.
Es allí, donde en una escena en San Mateo, vemos a un pusilánime Miranda que luego de haber recibicito un angustioso mensaje de Bolívar no muestra interés en socorrerlo, pero pudo corroborarse a través de unos documentos posteriores, que ya nada se podía hacer, la misiva de Bolívar llegó cinco días después de embarcarse en el bergartín Celoso rumbo a la Guaira.
Dos días antes de la salida del vencido Bolívar, desde Valencia Monteverde había enviado tropas de auxilio a los sublevados. Esa derrota precipitó la Capitulación de Miranda y la pérdida de la I República.
Pero si hubo falta gravísima en Miranda fue –como se lo advirtió el canónigo Madariaga- en no conocer bien a los mantuanos caraqueños y en especial al avieso Casa León, quien por instrucciones del propio Miranda negocio “tan bien” la capitulación con Monteverde, que bajo el regreso del régimen realista verán al pomposo Marqués de Casa León, agasajando en sus haciendas de los valles de Aragua a la oficialidad realista.
Este saltimbanqui de nuestra historia, fue quien junto a Miguel Peña, -quien tenía una cuenta pendiente con Miranda por la multa que impuso a su padre durante la campaña en Valencia- convence al bisoño Bolívar de la traición del Generalísimo a la patria. Bolívar se llena de cólera, alimentada por su fracaso de Puerto Cabello la carga contra el “traidor” de Miranda que hay que entregarlo a Monteverde por vender la República por un cofre de monedas.
Sobre ese y otros mitos el Dr. Caracciolo Parra Pérez, el venezolano que mejor ha conocido a Miranda, escribió en su libro “Paginas de Historia y Variedades” que Miranda era el Prócer de nuestra historia sobre el cual se han escrito más mentiras.
Con Miranda se puede ser crudo y sin concesiones pero su estatura histórica merece respeto y consideración.
En respeto a la libertad de criterio del espectador no pretendo privarlo de que vea la serie. Es muy posible que al culminar la aventura de los 60 capítulos se convierta, quizás, en un historiador en potencia, al que sólo le falta la metodología necesaria para darse un placer más puro, y, a mi juicio, más agudo: el de la imaginación del lenguaje en el tacto ciego del papel.
Por mi parte seguiré disfrutando de la serie, más por la fuerza de la creación artística del tiempo histórico, fabulosamente representado, como por el acercamiento a los valores culturales de nuestros pueblos hispanoamericanos, muchos de ellos hoy deformados, bajo el relativismo moral y la dictadura del dogma ideológico.
Miranda no es el personaje infausto que nos presenta la serie de Netflix, es por ello, que su presencia fascinó a personalidades de su tiempo como Washington, Pitt, Jefferson, Adams, Madison, Hamilton, Lord Wellington, Napoleón, Gustavo III de Suecia y Catalina la Grande de Rusia.
No otra cosa, significa que su Bandera Tricolor izada en el mástil del bergantín Leander, sea la Bandera Nacional, no de un país sino de tres.
Por Santiago Rodríguez