Siempre he considerado que no existen causas perdidas. Que, a pesar de la intensidad de algunas vanidades sin tregua, perdura una necesidad que va más allá de cualquier pensamiento individual. Los socavones inmensos de nuestra república han sido tapados, en grandes ocasiones, por una determinación inesperada, para bien o para mal, convirtiéndonos por décadas, en un país indescifrable.
En esta ocasión, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, no es que haya dado en el clavo. No mencionó algo distinto a lo que todos sabemos con desazón y con los ojos más que abiertos. Lo verdaderamente sorpresivo es que lo reconociera sin las discreciones normales entre miembros de una misma ruta. Pero lo dijo, con una preocupación precisa y ejemplar. Lo hizo en una reunión privada, sin diplomacia y mostrando una inquietud entendida, pues han sido años de una Venezuela palidecida ante una vorágine de traiciones y confusión.
En ningún caso volvió polvo su interés por la meta. Pero sí dejó claro que ha sido el gran dilema de nuestra complicada realidad: mantener a la oposición unida. Su estremecedora afirmación lo tiene convencido, más que atónito, que algo debe cambiar: “Ha sido tremendamente difícil”, agregó, dejando la piel en su infranqueable interés por resolver nuestras fatalidades por la dictadura.
Su investidura no le impide ser más que sincero. Contradicción, cuando las estrategias y los intereses propios, obligan a asumir el recato como norte. Pero esta vez habló sin tapujos y dejando de lado las apariencias. Argumentó con gran empeño, que se trató de unir a nuestros políticos opositores, por medio de la iglesia católica, pero todo esfuerzo fue infructuoso.
Lo más llamativo de las palabras de Pompeo fue el haber ilustrado el personalismo de muchos (sin dar nombres) por la mancillada silla presidencial venezolana. “En el momento en el que Maduro se vaya, todos levantarán la mano y dirán: ¡Tómenme, soy el próximo presidente de Venezuela!”.
En ningún caso quiso emitir una revelación desafortunada ni torcernos el rumbo por la libertad. Solo nos permitió saber que la nación de las barras y las estrellas está más que clara sobre los impedimentos y de quiénes desean convertirse en los herederos legítimos del tirano.
“Serían más de cuarenta”, apuntó con una exactitud asombrosa. Como si los tuviese reconocidos y confesos. Lo trascendental de su excitación por las singularidades de nuestros enredos políticos, fue su aseveración final: “no sé cuándo, pero sí la modalidad. La partida de Maduro es importante y necesaria. Los cubanos están en el corazón de los problemas económicos. Estamos trabajando duro para desconectarlos de Venezuela”.
Reitero, como lo he hecho sin facultades esotérica ni egocentrismos de ningún tipo, que en poco tiempo veremos los resultados deseados; que el restablecimiento de la democracia se programa con prodigio marcial y que EEUU se mueve en su tablero de planes estratégicos, para cambiarle el brillo a la mala estrella de un país que lo merece todo. Una nación con los arrestos y la hegemonía monumental que poseen los yanquis, no manejaría un discurso reiterativo, punzante y real, sino tuviese las decisiones tomadas.
Los procedimientos sobrepasan las apariencias. Ya el senador Marco Rubio solicitó al fiscal general de EEUU, William Barr -por medio de una carta publicada, con fundamentos infalibles y contextos evidentes de una dictadura ladina y despiadada-, que establezca una unidad especial para investigar a Maduro y sus secuaces.
Estamos en un momento histórico notable, pero rudo y con grandes estragos. Serán días en los cuales nos seguirán asaltando la confusión, la pesadumbre y esos fogonazos de abatimiento. Las gasolineras no serán abastecidas. Las cuatro refinerías no producen. Dos están paralizadas y las otras restantes, no generan ni diez por ciento de su capacidad. La importación de combustible está bloqueada internacionalmente y, posiblemente, los procesos comerciales se agravarán más.
La intervención militar sigue en el tapete de las disposiciones extremas. Antes de llegar a una decisión de este tipo, la asfixia financiera emprendida desde hace unos meses se hará sentir y con unos trastornos impredecibles.
Tal vez nuestra oposición siga descompuesta, vulnerable a las ingratitudes y corrompida en sus extremos. Pero no podemos arrastrarlos a todos al mismo fango calamitoso de las imprudencias, si queremos recobrarle el buen sentido a la independencia anhelada.
Hay una luz de esperanza que no debemos apagar. Despotricando de propios y extraños no saldremos de esta atroz coyuntura. Es evidente que existe un gran número de insidiosos y traidores en nuestro bando. Ya el tiempo hará uso de ellos y los pondrá en el muro de las verdades. Por ahora solo resta seguir el rumbo trazado y apoyar con desvelo la meta de la libertad.