Sus ansias por otro caos retumban a muchas leguas a la redonda. Es prioridad edificar otro conflicto, una nueva distracción, otro empecinamiento por perturbar. Por eso no sorprende que el usurpador de Miraflores decretara “alerta naranja” y ordenase sin pensarlo mucho, ejercicios militares en la frontera con el vecino país.
Cuando un puñado de representantes de los movimientos subversivos de Colombia -quienes conocedores del buen teatro, capaces de montar sus engaños sin la menor pizca de culpa y que habían supuestamente depuesto sus armas- enviaron recientemente un ruidoso video con sus declaraciones de retomar sus acciones viles y que han grabado supuestamente desde Venezuela, el presidente Iván Duque tuvo su respuesta inmediata y no dudo en señalar a Maduro como el auspiciador de todo.
No podría dudarse que Maduro se haría la víctima. Se prestaría al juego estratégico formulado desde La Habana, para sacarle punta a la oportunidad. Para aparentar ser invencible y que valdrían la pena las inversiones en material ruso para confrontar cualquier agresión neogranadina.
Sin estupor real, todo parecía planificado. Unos líderes disidentes de la guerrilla de las Farc anunciando su retorno a las armas. Un Duque casi enervado y previsible, por la carencia de honor de aquellos. Sus acusaciones inmediatas hacia su paisano camuflado, espetando que esa “banda de narcoterroristas cuenta con el albergue y el apoyo de la dictadura de Nicolás Maduro”. Todo un entramado para inyectarle más confusión a las relaciones ásperas entre las dos naciones.
El usurpador de la silla en Miraflores no dudo en hacer gala de una fortaleza bélica de la que está falto. Además de los ejercicios militares, asentaría en la frontera un sistema de defensa antimisiles. Descargó contra el mandatario colombiano con su verborrea decadente y lo acusó de desmontar el proceso de paz.
Posiblemente Duque pudo haber caído en la trampa. O tal vez las asesorías políticas de las dos naciones revuelven las cartas y tienen una escondida para cada movimiento inesperado. Lo cierto es que respondió con aplomo y dejó en claro que «Colombia no agrede a nadie. Este es un país que respeta la territorialidad de otras naciones».
Pero tampoco puede creerse en las casualidades en la historia contemporánea que se teje a diario. No es accidental que Ivanka, la hija de Donald Trump, estuviera en Cúcuta por estos días, visitara un refugio de migrantes venezolanas, se reuniera con Julio Borges y anunciara la donación de 120 millones de dólares en ayuda humanitaria.
Pero una de las frases emitidas por el gobernante colombiano puede dar por hecho, lo determinante de los próximos meses y hacer saltar chispas a la dictadura venezolana: “vamos a buscar el apoyo de toda la comunidad internacional para enfrentar a esos terroristas”.
Maduro debe tener el ánimo descompuesto. Hace sus movimientos en el tablero. Desmonta y vuelve a montar sus propios parapetos discursivos. Amortigua sus descalabros, con una suficiencia sin valentía real. Los bríos de su carácter aburrido lo tienen a merced del tiempo. Sabe a conciencia que no está ganando la batalla. Se atrinchera en sus bunkers. No confía ni en su guardia pretoriana. Su ingesta de barbitúricos lo atonta más de la cuenta. Siente una presión inquietante. Despilfarra minutos inventándose argumentos para no decaer. Pero sabe que van tras de sí. Que ni rusos, ni chinos ni iraníes lo defenderán cuando vayan por su cabeza.
Solo los cubanos dan el consejo perfecto. Pero tienen conversaciones con los canadienses y algo fraguan a sus espaldas. Maquinaciones que atormentan. También podría dar el sí a la propuesta estadounidense. Se escondería en una isla recóndita, en República Dominicana o en un país lejano de las habladurías del mundo. Pero algún día lo cazarán como a un conejo. Se lo llevarán por todas sus trastadas y lo enjuiciarán en público, cuando se haya olvidado de que hubo una amnistía. Por eso las precauciones elementales. No confía ni en la sombra de sus bigotes.
Al primer golpe de vista, se avizora un traje naranja a su medida. No es fácil verse en una celda no tan confortable, molesta; en un recinto sometido a la burla de los demás reos y sin la comodidad de un palacio presidencial. Por eso el riesgo vital. Perder los privilegios actuales es una tortura que golpea el alma. Tiene el poder y lo no soltará tan fácilmente.
MgS. José Luis Zambrano Padauy