Un grupo incuantificable de seguidores le esperaba a las afueras de su reunión con Macri en Argentina. Los rostros se iluminaron al verlo con la mansedumbre acostumbrada y su buena voluntad para dar aliento. Le gritaron: “¡Queremos regresar!”, como una súplica enfebrecida y esperando una respuesta acorde para no debilitar las esperanzas entrañables en este proceso. Guaidó, un soñador de cuerpo entero y con la sapiencia de haber asumido de buen grado su papel en la historia, nos les defraudó y prometió con una certeza casi bajada del cielo, que pronto llenarían sus equipajes con la sonrisa inigualable de la libertad.
Han sido unos días casi impertinentes en torno al cambio anhelado. Las redes sociales y los comentarios presurosos en los grupos de WhatsApp, no daban a más ilusiones y solo hablaban de una derrota en todo el accionar de este nuevo líder. Los vértigos por la decepción fueron incontables.
Llovían los comentarios insaciables sobre la carencia de valentía para asumir las variantes. Las contrariedades han sido el plato de los últimos días. El dolor más profundo era ver especular sobre la inexistencia de un plan B al no poder entrar la ayuda humanitaria y escuchar los importunos graznidos de felicidad de los malhechores de Miraflores.
Muchos se creyeron estar abandonados a su suerte cuando las declaraciones diversas de los países involucrados en el Grupo de Lima eran para descartar una intervención militar. Pero no hace falta ser un erudito indiscreto para no ver la intención por parte de los EEUU, en resolver estos quebrantos con una acción conjunta, acompañada por una coalición de naciones que no abandonen el empeño por restituir la democracia en Venezuela.
En esa reunión hubo un secreto debajo del mantel de la mesa de discusiones de los cancilleres y Mike Pence. El hecho que los yanquis ofrecieran ese mismo día, 56 millones de dólares a los países aliados, también se estarían depositados en el mismo saco de dudas de que todo se ha perdido.
Debemos entender que Maduro no es un simple majadero empecinado con el poder. Detrás se halla todo un aparataje de discordia e intereses de muchos. Por eso el continuar con la estrategia de congelar activos y aislar financieramente a los trúhanes del régimen, va haciendo mella en los cimientos del sistema y permite seguir mermando en sus propias alternativas.
Es incuestionable que el vicepresidente norteamericano fue a eso a Bogotá. Se necesita una acción militar conjunta y evitar los señalamientos posteriores sobre el irrespeto a la autodeterminación de los pueblos y la violación de los territorios independientes. Esa carga, por ahora, no la quieren asumir los gringos de manera solitaria. Este hecho lo saben todos los representantes de los países involucrados, por eso se adelantaron para descartarla.
Pero las palabras de Pence dejan entrever la determinación sólida por cambiarle la realidad a los venezolanos. Mientras, con una fortaleza ignota y una claridad infranqueable, afirmaba que estaba 100 por ciento con Venezuela y que esperaba una transición pacífica hacia la democracia, también volvió a refirir la visión drástica del presidente Trump: “todas las opciones están sobre la mesa”.
No hace falta ser un facultado, con premoniciones admisibles, para entender que existe un esfuerzo decidido para forjar la democracia y reestablecer el Estado de Derecho. Tampoco escarbar en el ánimo para complicar la ruta. Debemos calarnos de buenos atuendos emocionales para comprender esta inédita ocasión. Era un cometido inalcanzable el año pasado y hoy nos reviste de una posibilidad altamente probable.
Guaidó tuvo la templanza de recorrer la semana pasada, gran parte del mapa sudamericano. Compartió su inagotable inquietud de libertad en Colombia, Brasil, Paraguay, Ecuador y Argentina. Se quedó corto en descripciones sobre las complicaciones nacionales y no dejó de levantar una polvareda de esperanzas que estaban a punto de perderse.
Anda pivoteando por estas naciones con el convencimiento de los grandes estrategas. No suelta su vocablo certero para hacer concebir en las mentes más incrédulas, que estamos frente a un momento único y que no debe desaprovecharse. No se ve temeroso. No le tiemblan los sueños de liberación ni se le escapan pensamientos incorrectos. Está centrado en que su destino arropará a un país estremecido por sus propias desgracias e incógnitas.
Se le ve corpulento en liderazgo. Le ha nacido por los acontecimientos trasnochados y los momentos en que parece la oportunidad escapársele de las manos. Su periplo internacional buscó corroborar el respaldo necesario para las nuevas decisiones.
Una irrupción militar futura está sobre la mesa. Pero no será asumida todavía. Mucho menos descartada. Esta cruzada continúa y no será ubicada en un rincón polvoriento. Lo vemos en que EEUU volvió a enviar más toneladas de ayuda humanitaria, sumándose ahora Honduras. También en la dimisión de más de 600 funcionarios militares, que siguen llegando a Colombia.
No nos van a defraudar. El presidente interino llega esta semana con la valentía de siempre y sus conceptos bien claros. No se detendrá en preámbulos ni cambiará la ruta. Zanjará la deuda con la historia, no cabe la menor duda.
Sabe que una posible detención al llegar a Venezuela por parte del gobierno, detonaría las acciones más extremas de los norteamericanos y la coalición. Por eso esta lucha intestina debe ir acompañada de paciencia. El tiempo es el mayor enemigo de la dictadura y solo nos resta esperar para ver la alborada de la independencia, que iluminará pronto nuestras ventanas.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Ex director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
@Joseluis5571